Simbolismo en el Jardín Japonés

El sincretismo cultural y de pensamiento es la vía que el pueblo japonés ha adoptado en todas sus manifestaciones artísticas. Entre ellas, el jardín (tei-en 庭園, niwa 庭, o sansui 水) muestra una riqueza estética excepcional, pues se nos presentan no como meros lugares de belleza sino como portadores de una compleja red de alusiones religiosas, míticas y filosóficas. Nos invitan a una aprehensión inmediata, sensorial (frescor de los tobi ishi ‘húmedos de rocío’ en el jardín de té, textura de las rocas, agua que fluye, pinceladas de color en árboles y flores…) y, simultáneamente, a una segunda lectura que trasciende el mundo de lo aparente para transportarnos a las islas de los Bienaventurados o al paraíso de la Tierra pura.

Pabellón del fénix hôôdô y estanque del Byôdôin, Uji, representación del Paraíso del Oeste del Buda Amida.

En el jardín japonés los dioses no están nunca demasiado lejos; todo en él es signo que posibilita el salto de lo visible a lo invisible, de lo palpable a lo abstracto. Lo que convierte a los jardines en poderosas metáforas es la manera en que se aúnan en ellos naturaleza, arte e historia. Ciertos motivos simbólicos tienen un alcance universal  (el jardín como imagen del paraíso, el umbral, el agua-espejo) pero, más usualmente, las composiciones paisajísticas trasuntan una cosmovisión particular;  así, por ejemplo,  el lenguaje de las flores en China o Japón requiere una lectura diferente de la que empleamos en Occidente; resuenan en modos diversos.

Como forma de culto reverencial a la naturaleza, el paisajismo japonés se asienta en los fundamentos más antiguos de su religiosidad animista: el shintō lo ha dotado de una particular preferencia por el universo de las rocas, evocadoras del iwakura (lugar para el descenso de las deidades kami), por las formas simples de sus elementos y por un diseño que apenas si le hace parecer jardín, de tanta naturalidad.

Pino, bambú y ciruelo, los “tres amigos del invierno” de la tradición sino-japonesa.

Sin embargo, la representación de las fuerzas del paisaje se lleva a cabo con medios artísticos que incorporan modos de pensamiento –taoísmo, budismo, confucianismo– llegados de China y Corea a partir del siglo VI.

Sanzon seki 三尊石,  Sambô-in, Kioto

De ellos, es la cosmología budista la que más ha nutrido el jardín japonés; a ella apuntan elementos simbólicos concretos –la flor de loto o esas ventanas circulares que representan el satori–, composiciones como el sanzon seki, la tríada de Buda flanqueado de dos bodhisattvas, o dispositivos más complejos, como el kusen hakkai –los ocho mares concéntricos con sus ocho cadenas de montañas en torno al monte Sumeru– representado en esbozo por un grupo de rocas en el estanque del Kinkakuji.

Del taoísmo y su anhelo de longevidad, dan testimonio animales familiares: la grulla y la tortuga, auspiciosos, se reparten por el jardín y su estanque en forma de islas o colinas (con frecuencia coronadas de pinos, otra especie que celebra la larga vida). Área inferior y superior de Saihō-ji (s. XIV), estanque Kyōko del Kinkaku-ji (finales del s. XIV), jardines momoyama de Nishi Hongan-ji (s. XVII) y Sanbō-in o karesansui de Konchi-in (s. XVII) son obras paisajísticas con esta presencia venturosa. Inútil buscar una analogía directa; a pesar de ciertas representaciones más realistas, lo habitual es que, por ejemplo, baste una sola roca vertical, la “roca del ala”, para reconocer al ave utilizada como montura por los Inmortales.

Kamejima [izq.]  y tsurujima [der.], Nishi Hongan-ji, Kioto

Igualmente auspiciosa es la imagen alegórica de las “islas de los Inmortales”, Hōrai, que piedras imponentes e irregulares — como en Tenryūji (s. XIV), o en los contemporáneos Ryōgen-in, Zuihō-in y Tōfuku-ji—reproducen emergiendo del agua o de las lomas artificiales tsukiyama sobre la gravilla rastrillada evocadora del océano, otro motivo célebre del jardín japonés.

Islas de los Inmortales en el jardín sudeste del Hasso no niwa,  Tôfuku-ji, Kioto,

Otros variados elementos simbólicos contribuyen a la carga significativa que añade, como vemos, nuevas dimensiones al disfrute del jardín japonés: historias o leyendas chinas que cobran vida en la cascada “Puerta del dragón” o Ryūmon-taki, que la piedra-carpa ha de  superar (cascada seca en Tenryū-ji o sonora en Kinkaku-ji);  cachorros cruzando el río protegidos por la tigresa madre Tora no ko watashi (las rocas sucesivas junto a la grava rastrillada en ondas de Nanzen-ji y quizá también del propio Ryōan-ji) o personajes de la imaginería budista, como los dieciséis rakan —los arhat, discípulos del Gautama histórico— a modo de jardín seco lateral de la Sala del Abad en Shūon-an.

En ocasiones, el jardín entero se nos propone como una alegoría sostenida, como en los cuatro jardines que rodean el pabellón principal del Daisen-in, ilustración del curso de la existencia humana, desde la cuna a la extinción, gracias al simbolismo de sus decenas de rocas. Reconocemos sin dificultad la buddhapada (la huella del pie de Gautama), la “Roca de la cabeza del tigre” o el “barco del tesoro’, takarabune-ishi 宝舟石, que remonta la corriente con su preciada carga.  En la esquina noroeste, la bodhisattva misericordiosa Kannon y el protector de las cascadas Fudō Myōō se encarnan en dos rocas esbeltas que escoltan la cascada seca.

Aquí, de nuevo, debe subrayarse la tendencia japonesa al sincretismo.

Karesansui de Daisen-in ( Daitokuji), Kioto

Figuras búdicas, lugar de la mitología taoísta (Hōrai), representación paisajística a la manera de la prestigiosa pintura Song: las imponentes rocas promueven una visión múltiple porque la estética japonesa ha incorporado el significado que le trae cada creencia y cada forma artística foránea en un simbolismo con frecuencia no figurativo.

Es por eso que las lecturas posibles que nos regala el jardín japonés no hacen sino dar testimonio de la riqueza que contiene, a ojos del creador japonés, la belleza desnuda de la naturaleza.

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